MANIFIESTO DE UNA GUERRERA
“Levanto mi voz”
A veces me siento insuficiente, sin fuerzas y sin recursos para enfrentar los desafíos que se me presentan, pero una y otra vez recuerdo: El Señor es mi pastor, nada me falta. Cuando vienen esos sentimientos de inferioridad, o esos pensamientos que abruman, vuelvo a declarar: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Sí, también aparecen aquellas palabras de otros que juzgan mi condición, que miran lo que no tengo, que destacan lo que aun no alcancé, y nuevamente me pregunto, ¿nada me falta? ¡Me faltan tantas cosas! no puedo, no se cómo, no me animo…Hasta que nuevamente levanto mi voz y declaro: El Señor es mi pastor, nada me falta. Puedo elegir mirar mi limitación, pero si tan sólo lo miro a Él me doy cuenta que ¡lo tengo todo!
Nada parece calmo, sin embargo, en medio del caos el Señor me hace descansar en verdes pastos, conduciéndome junto a aguas tranquilas, un oasis en medio del desierto, un refugio en medio de la tempestad. Allí me reconforta, chapa y pintura le dicen en criollo…porque en los momentos más difíciles puedo ver Su mano trabajando en mi vida, conduciéndome por el camino correcto, haciendo honor a Su nombre: El es un padre bueno.
Claro que hay valles sombríos, lugares de dolor, donde aparece el miedo, la incertidumbre y un fuerte sentimiento de duda, ¿Y ahora qué? . Pero ¡no!, no voy a temer mal alguno, porque el Señor estará conmigo. Tú Señor estás conmigo, tu vara y tu cayado me tranquilizan.
Para otros puedo no ser tan importante, quizás sí…no lo sé. Pero este es mi momento de crecimiento, de maduración, de propósito. Este es el tiempo donde el Señor, mi pastor, prepara ante mi una mesa, un banquete, ¡una fiesta! Este es el tiempo de la honra, porque el Señor me levanta delante de mis enemigos, ungiendo mi cabeza con aceite y haciendo mi copa rebosar. Su unción y su alegría se derraman sobre mi cabeza, y yo declaro: ¡De algo estoy segura! El bien y la bondad del Señor estarán conmigo todos los días de mi vida, y yo, por siempre, habitaré en Su casa.