¿Alguna vez pensaste en cómo el dolor, lo que aún te cuesta o esas “brechas” en tu vida son, o pueden ser, los grandes conectores con otras personas? ¿por qué entonces a veces tenemos esa obsesión de ser perfectos, o de mostrar sólo lo mejor de nosotras? Cuando logramos conectarnos con eso que nos cuesta, que nos falta, podemos verdadera y profundamente mirar al otro y llamar a su abismo, tenderle una mano para simplemente decirle “vamos juntos, te entiendo”.
No podemos ser inocentes, en pleno proceso de sanidad y restauración de nuestra identidad en Dios, no todo será color de rosa. En primer lugar, porque como vimos la semana pasada, la Palabra tiene oposición, y cuando la soltamos sobre nuestra vida inmediatamente aparece el enemigo atacando lo que Dios nos ha dicho. En segundo lugar, porque es un proceso, y como tal, necesitaremos ser intencionales para sostener lo que hemos conquistado.
La semana pasada vimos cómo, en medio de la prueba más difícil que Jesús tuvo que pasar en la Tierra: la cruz, aparecieron los burladores, los que se mofaban de cada palabra que Jesús había declarado sobre sí mismo en función de lo que la Palabra de Dios profetizaba sobre él.
Al leer el maravilloso Salmo 23 podemos detectar una declaración que hilvana todo el salmo: Nada me falta. Y es una declaración que llena de paz y confianza sobre un Dios soberano, que cuida de nuestras vidas, así como también una descripción concreta de la cercanía y detalle que nuestro Pastor tiene por cada una de nosotras, sus ovejas, sus hijas.
Es maravilloso entender que somos lo que Dios dice que somos. Y al ejercitarnos en reconocer nuestra identidad por medio de Efesios 1, son muchas las cadenas, ataduras y mentiras de las que nos liberamos por el poder de Dios que opera a través de Su palabra. Cuando nos disponemos a trabajar en detalle en cada declaración, podemos notar las brechas: sale a la luz el abismo que hay entre lo que Dios dice y lo que yo creo. Este es uno de los abismos más difícil de atravesar, la brecha entre lo que somos y lo que creemos que somos.
La semana pasada vimos que cuando me es revelada la Paternidad de Dios por medio de su Espíritu Santo, podemos ver que todo eso que en nuestro recorrido en la vida nos faltó, es suplido por la abundancia del Reino de los Cielos que vino a establecerse en nuestros corazones.
Seguramente no todas compartimos realidades similares. Podes estar en la secundaria, o ser una abuela que cuida a sus nietos; poder estar casada y tener hijos, o estar soltera; podes ser de aquellas que disfrutan de tus tiempos libres, o estar colapsada de tantas responsabilidades…sí, no somos todas iguales.
